Autodefinida como una “cartonera de la ciencia” –porque recicla datos para sus investigaciones que otros u otras descartaron en el uso de grandes telescopios–, la astrónoma Gloria Dubner ya tiene su propio asteroide.
Este cuerpo celeste que habita entre Marte y Júpiter hace honor no sólo a su calidad como científica, sino también a su labor por la integración plena de las mujeres en su disciplina. Pero ella no entiende de astros menores, sus ojos están puestos más allá, en las supernovas, estrellas que explotan y liberan una energía impresionante, capaz, por ejemplo, de originar la vida.
Su pequeña oficina del Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE) –en la Ciudad Universitaria de Buenos Aires– está plagada de posters y láminas de congresos y seminarios en los que participó. Algunas imágenes corresponden a nebulosas coloridas que reflejan uno de los sucesos más impactantes del universo: son las supernovas, esas estrellas que, luego de una vida no tan larga –algunas decenas de millones de años– explotan, liberando en apenas unos segundos energía equivalente a la del estallido simultáneo de más de mil bombas atómicas.
Esos peculiares eventos son los que desvelan a la astrónoma Gloria Dubner, investigadora principal del Conicet, integrante del Comité Científico del grupo de trabajo de mujeres en la astronomía de la Unión Astronómica Internacional (IAU, por sus siglas en inglés) y responsable en Latinoamérica del programa She is an astronomer (Ella es astrónoma), una iniciativa de la IAU que funcionará durante todo el 2009 –designado Año Internacional de la Astronomía, 400 años después de que Galileo Galilei utilizara por primera vez un telescopio– con el objetivo de promover la igualdad de género y la discusión sobre los problemas específicos de las mujeres en ciencia.
Entre el material que decora –e informa– las paredes de la oficina de Dubner se encuentra un dibujo –de Alejandra Fenochio– publicado hace casi dos años en este suplemento en homenaje a la astrónoma Virpi Niemela, fallecida hacía poco tiempo. Niemela junto con Dubner fueron fundadoras –a principios de la década del ’80– de la Asociación Latinoamericana de Mujeres Astrónomas (ALMA). También ellas dos fueron de las pocas que comenzaron a plantear en el Conicet que debería contemplarse en las edades máximas de aspirantes a becas e ingresos a la carrera de investigador los años dedicados a la crianza y al cuidado de personas mayores (de las que suelen hacerse cargo las mujeres), así como en el pasado se consideraba por reglamento el tiempo perdido en servicio militar para los hombres. “La edad de crianza es la misma que la edad de formación doctoral y postdoctoral... ¿qué le vamos a hacer? El cuerpo humano es así y a la carrera científica la definieron así –sintetiza Dubner con una pizca de ironía–. Pero las mujeres que hicieron el esfuerzo de criar sus hijos y hacer su carrera, a veces no ven bien que se pida una diferencia. En realidad, las que más se esforzaron son las menos dispuestas a favorecer a otras mujeres”, reconoce al cabo de trajinar durante años diferentes espacios académicos, nacionales e internacionales, en los que muchas congéneres se mostraban reacias a tomar medidas de discriminación positiva para posibilitar que varones y mujeres tuvieran las mismas posibilidades de desarrollo profesional en los ámbitos científicos.
Dubner, como Niemela (a quien recuerda con cariño como su “maestra en defensa de los derechos de la mujer en ciencias”), acaba de ser galardonada con la asignación de un asteroide, el 9515 1975 RA2. Este cuerpo celeste, bautizado con su apellido por la IAU en honor a su labor en el tema de mujeres, orbita alguna senda entre Marte y Júpiter, aproximadamente a 370 millones de kilómetros de la Tierra. “No entiendo de cosas tan cercanas”, se ríe esta especialista en objetos que se hallan, literalmente, a años luz de nuestro planeta.
MUERE UNA ESTRELLA
Las supernovas, hay que reconocerlo, son una absoluta rareza universal. La mayoría de las estrellas no mueren de manera tan espectacular, con un estallido del que se pueden observar sus remanentes como un nítido cuadro abstracto durante 100 mil años. Se supone que cada 200 años una supernova explota en cada galaxia. Pero si se considera que existen alrededor de 50 mil millones de galaxias, el número de supernovas asciende a ocho por segundo. Inclusive con estas cifras a la vista, las supernovas siguen siendo unas rara avis de la ecología galáctica.
Exóticas como son, estas luminarias que llegan a brillar como 100 billones de soles resultan imprescindibles a la hora de entender el origen de la vida.
El interior de una estrella es como un horno termonuclear en el que se cocina la materia prima para formar todo lo que existe. En el principio –segundos después del Big Bang (hace 14 mil millones de años)– todo fue hidrógeno y helio. Luego se formaron estrellas en las que esos átomos primordiales se calentaron a temperaturas de millones de grados centígrados, con liberación de energía, y generaron otro tipo de átomos. Para que ese nuevo material no muera junto con la estrella, tiene que ser dispersado en el espacio. Esa es una de las funciones principales de las supernovas. “Reciclan la materia. Si las estrellas no explotaran como supernovas, se enfriarían y serían masas oscuras apagadas en el espacio, y todos los átomos fabricados en su interior nunca se liberarían y nosotros no estaríamos acá –explica Dubner–. De hecho, únicamente porque el Sol es una estrella de segunda o tercera generación, que se formó porque explotó una supernova, pudo desarrollarse la vida. De la nube del material protosolar, que ya tenía átomos más pesados que el hidrógeno y el helio primordial, se formaron los planetas.”
Al explotar una supernova los átomos formados son lanzados al espacio, así se mezclan con el gas interestelar, lo que hace que las futuras generaciones de estrellas se fabriquen con un gas enriquecido con otros átomos. Pero la explosión no es sólo un mecanismo de dispersión sino también de generación de nuevos átomos.
“Las supernovas abarcan toda la física, son objetos fabulosos, que brillan en el cielo en todas las luces posibles (abarcan todo el espectro electromagnético). Pocos objetos en el cielo son así. Tienen la física más elemental de partículas y también la más extrema, en los choques más impresionantes. Se pueden probar hipótesis que en ningún laboratorio terrestre se podría –se entusiasma la científica–. Son nebulosas hermosas a la vista, cada vez le fui encontrando más encantos al tema, porque se bifurca en muchos problemas, todos interesantes.”
Remanente de la supernova W44, resultado del trabajo de investigación de Gloria Dubner –junto a su colega Gabriela Castelletti del IAFE, e investigadores del National Radio Astronomy Observatory y el Naval Research Laboratory de EE.UU.– publicada en la revista científica Astronomy and Astrophysics, en agosto de 2007. Esta imagen se incluye en un sello postal de la serie emitida hace unos meses por el Correo Oficial en ocasión de la conmemoración de los 50 años del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
CARTONERAS DE LA CIENCIA
Los rayos gamma son uno de los descubrimientos de la última década que más la asombraron. Por eso Dubner se abocó, junto al grupo que dirige en el IAFE, al estudio de estas fuentes de energía altísima, de las cuales se desconoce casi todo. “Son tan altas que ni la atmósfera los frena y llegan a la Tierra, no los rayos gamma exactamente, sino partículas que generan –puntualiza–. Se sabe que hay algo en el espacio que está inyectando una energía impresionante, pero no se conoce el proceso por el cual se originó esa energía.”
El origen de esta radiación tan energética puede ser, por ejemplo, el núcleo de una galaxia con millones de agujeros negros concentrados en el centro. Pero la realidad es que, gracias a los telescopios cada vez más potentes, se hallan nuevas fuentes de rayos gamma a las cuales no se les encuentra una contraparte que las origine.
Para acceder a muchos de los grandes telescopios que existen en la actualidad es necesario tener un muy buen proyecto que amerite las horas de observación requeridas y también el dinero suficiente para encarar los viajes requeridos para cumplir la misión. Vale aclarar que para acceder a los observatorios de última generación no alcanza con hacer muy buena ciencia, ya que al ser un bien escaso altamente disputado, existe un alto porcentaje de rechazos –más de un 80 por ciento– en los proyectos que se presentan para obtener horas de observación.
Por lo general, a las astrónomas del Sur del mundo les resulta, por momentos, complicado acceder a estos grandes telescopios localizados en otras latitudes. Muchas veces los subsidios no alcanzan ni siquiera para pagar los traslados hasta los distantes centros de trabajo. Pero para saltar este bache está Internet.
A veces algún grupo logra acceder a una de estas inmensas herramientas de observación, por ejemplo, para rayos gamma el HESS, que se encuentra en Namibia, o el Glast de la NASA, en Estados Unidos que logra obtener una cuantiosa cantidad de información de la cual, por lo general, se utiliza una ínfima porción que es la destinada a algún proyecto en particular. Luego, esas bases de datos obtenidas en las investigaciones quedan disponibles online, por lo que cualquiera en cualquier lugar puede bajarlas a su computadora. El tema, claro, es poder hacer algo con esa cantidad de información indescifrable para la mayoría de los mortales.
“Trabajando en la Argentina y lejos de los grandes telescopios, somos un poco cartoneros de la ciencia. Nosotras –Dubner se refiere a un grupo de investigación en el que trabaja, integrado por mujeres– reciclamos, aprovechamos todo los que los otros desechan, o dejaron en los archivos. Lo limpiamos, lo pulimos, volvemos a usar esos datos pero analizados con algoritmos más modernos, los trabajamos mucho y podemos leer información que otros pasaron por alto porque estaban buscando cuestiones más globales o diferentes. Sacamos muchísima información de los datos que quedaron y así encontramos un montón de resultados.”
Estas habilidades para hacer mucho con poco generaron que Dubner y el grupo que lidera reciban ofertas de los lugares más disímiles para que colaboren con su know-how en la investigación de estas fuentes misteriosas de energía que pululan por el Cosmos.
La astrónoma de sonrisa amplia no se cansa de insistirle a sus tesistas para que no dejen de aprender nuevas técnicas. Ella les repite cada vez que parten para recibir entrenamiento en Chile, EE.UU., Canadá o India, que aprovechen y consigan muchos datos para trabajar acá. “Creo que estos son recursos de supervivencia -se sincera-. Por mi edad, yo he pasado varias crisis, por eso ya sé que hay que acumular. Los chicos por ahí no entienden mucho mi concepto de ‘guardá para cuando no haya’, porque tal vez el año que viene no hay subsidio para pagar viajes.”
Uno de los tesistas de posdoctorado de Dubner partió hace unos meses hacia el observatorio de Atacama (en Chile) a tomar datos para investigar el proceso de nacimiento de las estrellas (otras de las líneas de investigación que dirige Dubner). Antes de partir, la astrónoma le advirtió a su discípulo: “Te pago el viaje al Pacífico, pero pescá mucho”.
Por Verónica Engler
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Vía: Página12
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