Hoy, 2 de octubre, se cumplen 400 años del día en que Hans Lippershey solicitó una patente para un instrumento que, por medio de Galileo y su Siderius Nuncius —o Mensajero de los astros, publicado en 1610—, nos llevaría a cambiar nuestra visión del universo: el telescopio.
Pero la nueva visión brindada por el telescopio no es, meramente, una mirada distinta sino que se convierte, específicamente, en una distinta manera de ver, en el reconocimiento de la carga teórica: cuando uno mira, ve más, u otra cosa, que simples datos de los sentidos.
En la imagen, el anteojo de Galileo.
En palabras de Ryan D. Tweney:
La ciencia no es una visión literal. Por el contrario, la observación científica es algo más rico y complejo, una serie de actos mentales basados en inferencias, experimentos, conjeturas, deducciones y, a veces, una densa filigrana de arcanos símbolos matemáticos. Galileo nos mostró montañas en la Luna, pero sólo las "vimos" cuando aceptamos que el telescopio hace lo que debiera hacer: ampliar las entidades "reales" sin modificarlas. Las montañas pueden aceptarse como objetos reales sólo si se acepta este principio, y eso fue difícil para los contemporáneos de Galileo.
Mencionamos el significado del telescopio y también la razón por la cual dicho instrumento nos es tan apreciado. Sacudió a la Tierra en su momento y sigue haciéndolo hoy. Cambió la manera en que miramos al universo —como la ciencia en general lo hizo, continuadamente, durante los últimos 400 años—. Pero también exige algo de nosotros: necesitamos aprender a considerar al telescopio como una extensión de nuestra mente, no sólo de nuestros sentidos, antes de que podamos entender las cosas que nos muestra.
Fuente: Wired (en inglés).
Vía: El Sofista
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